martes, 29 de julio de 2008

Crónica de una misa


Durante una hora se cumplirá con un cronograma que consta de cuatro partes, domingo a domingo, se repite en su forma y que solo cambia en ciertas partes su contenido. La misa está por empezar en la Parroquia Sagrada Familia.

Faltan algunos minutos para las 19.00 pero ya hay gente sentada en los largos bancos de madera que crujen ante el menor movimiento, provocando que las cabezas giren en torno al ruido. Nadie habla.

La iglesia, ubicada en la Av. Ricardo Balbín 4127, fue inaugurada en 1928 por Monseñor Bottaro. Ocupa toda la manzana, pero no está sola; desde una vista aérea se podría observar que la edificación es el contorno de un cuadrado, uno de sus lados es utilizado por el colegio Santa María de Nazareth y esta pegado a la parroquia que ocupa uno de los vértices, los otros lados están destinados a una residencia para señoras, en el centro hay un gran parque arbolado.

Los muros están construidas con bloques color arena. Para ingresar hay que atravesar puertas de madera que van y vienen, cada vez con más frecuencia a medida que se aproxima el inicio de la misa. Tres naves albergan a los feligreses, la del centro es la más grande y es donde se ubica el altar, coronado en lo alto por una cúpula, es también el sector de bancos mas elegido por la concurrencia. En la pared de atrás hay un vitreaux de colores, debajo del cual tres figuras de cemento representan la Sagrada Familia.

En las paredes de los costados hay cuadros con las estaciones del Vía Crucis, estatuas de santos y candelabros que con sus lámparas bajo consumo parecen un anacronismo.

El cura aparece en escena, el público, en su mayoría señoras mayores, se para. Sale de la sacristía y se dirige al centro del altar donde se arrodilla haciendo la señal de la cruz delante de la virgen María que “hoy nos visita”, dirá más tarde. Se incorpora y se retira.

Una voz rompe el silencio, no se distingue lo que dice ni de dónde viene, pero todos los presentes comienzan a hablar, al mismo tiempo, recitan, son oraciones que se repiten una y otra vez a media voz, susurros. Están rezando el rosario.

Según un estudio encargado por la Conferencia Episcopal Argentina, un 88 porciento de los argentinos han sido bautizados como católicos, de los cuales el 18.5 porciento son practicantes y el 35 porciento no concurre a la iglesia. Aquí, entre los concurrentes, que no alcanzan a las 30 personas, hay un solo niño.

En el frente, del lado izquierdo, delante de un órgano, se acomoda un coro de jóvenes. El cura aparece seguido por un diácono y dos monaguillos, dos guitarras empiezan a sonar. Todos de pie.

El sacerdote hace la señal de la cruz y es imitado por todos. “Hoy termina la pascua”, así inicia su diálogo con los fieles. Suena raro escucharlo casi a mediados de mayo, más aún cuando los huevos de pascua ya desaparecieron de las vidrieras de las panaderías. Pero habrá que creerle, es un cura. “Es Pentecostés, la venida del Espíritu Santo”, continua informando, y el rojo de la tela en forma de capa cerrada, que parece un poncho y que lleva puesta sobre una túnica blanca cobra sentido.

Hay otra voz que habla, a través de los parlantes, será la guía a lo largo de la misa: “Nos ponemos de pie”, “Podemos tomar asiento”, son sus frases más recordadas, aunque no las únicas. Todos los presentes hacen caso, se paran y se sientan, se paran y se arrodillan tantas veces como sea indicado.

Todos juntos le piden perdón al Señor por sus pecados, luego de un silencio, el coro entona Gloria, todos cantan. Todos forman parte de una común unión. Se leen distintas partes del evangelio, tarea para la cual hay destinado un lugar especial, al costado del altar, de esta acción participan los fieles elegidos previamente, en este caso son distintos integrantes del coro.

El diácono Juan hace una lectura del evangelio y realiza la homilía, se dirige a la congregación con un llamado: “En estos tiempos tan conflictivos, hay que abrir las cerraduras oxidadas, hay que dialogar”, nos habla de los dones del Espíritu Santo, la felicidad es uno de ellos, “el hombre no es hombre sin Espíritu Santo”.

La ceremonia continúa. Se bendicen las ofrendas: una canasta con alimentos con un cartel de Caritas y cuatro canastas que previamente circularon por los pasillos de la iglesia juntando el dinero con el que cada presente colabora para “el mantenimiento de la iglesia” según invita el sacerdote a participar.

También se bendice el cuerpo y la sangre de Cristo que se convierten en el pan y el vino. Llega el momento de la comunión, con el coro de fondo, todos se ponen de pie y forman una fila, se dirigen caminando hacia el altar para comulgar.

Una hora ha transcurrido. Ya todos hicieron sus oraciones y se dieron la paz, se aproxima el final.

El sacerdote da la bendición: “Podemos ir en paz”

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